Cuando ese insignificante semidios freudeano desifró su enigma, la esfinge entendió que su existencia ya no tenía sentido. Desde la sima aquél bicho con cuerpo de leon, alas de aguila, cola de cerpiente y cabeza de mujer, miró el valle y sin siquiera atinar a desplegar sus alas se dejó caer al abismo.
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